Continuamos con el relato, que por lo que se me comenta os esta gustando, como veis este va rápido el único problema es que no se si terminarlo con el próximo capítulo o continuar con la historia... bueno ya veréis como va surgiendo.
Muchas gracias por vuestro apoyo
HACES DE LUZ (TERCERA PARTE)
El día pasa lento en el pueblo, Aurelio
ya ha terminado de dar de comer a los animales y se dispone a coger el viejo
tractor, mira a su pueblo desde la cabina, un pueblo fantasma, no hay ruidos,
no hay niños, no hay nada, tan solo quedan ellos y parece que no por mucho
tiempo. Aurelio también recuerda, el silencio del pueblo ayuda a rememorar,
además no hay mucho que hacer. Aurelio se ve el día de su boda, en la iglesia y
los bautizos y las comuniones, Aurora siempre fue muy creyente, a él nunca le
importo demasiado lo que contaban los curas. Recuerda sus partidas en el bar
con el Herminio y Eustaquio. Recuerda la parada de autobús donde dejo a Ramiro
la última vez que le vio. Orgulloso de que su hijo se hiciera militar, sería un
héroe y llevaría su apellido a lo largo del mundo, pero su hijo cayo pronto y
el corazón de Aurelio sufrió su primer infarto.
El sol cubre los campos de trigo, el pelo
gris de Aurelio resplandece y las pequeñas gotas de sudor realizan carreras a
lo largo de su cara. Aurelio esta sofocado, ya no es joven y el trabajo sigue
siendo duro. Ojala estuvieran mis hijos para ayudarme, piensa el viejo. Pero
no, hace años que se fueron y tan solo quedan sus llamadas y sus postales de UNICEF
por Navidad. Pandilla de ingratos, se enfada Aurelio, pero quien puede
culparles, el pueblo esta muerto y tan solo la vida de Aurora lo mantiene en
pié.
Poco a poco, el sol recorre el cielo y la
oscuridad empieza a ganar la batalla cuando Aurelio vuelve a casa, no ha comido
en todo el día, cada vez tiene menos hambre. Aurora ha preparado un guiso que
Aurelio lucha por comer entero. Aurelio no deja de hablar en todo el rato,
cuenta como ha pasado el día, lo duro que es su trabajo, mezcla los recuerdos
con anécdotas antiguas, Aurora lo mira, se da cuenta de que su discurso es
inconexo, ya no tiene la verborrea de antes, pero sigue siendo su Aurelio, tras
esa capa de arrugas, debajo de esos cabellos canosos aún esta él, incansable,
imaginativo, hermoso, ese Aurelio de sus recuerdos que la sedujo a los
dieciséis y a los setenta y seis la sigue enamorando. Aurelio no cesa de
hablar, ahora vuelve a contar cuando fueron a la casa del tío Eustaquio a robar
una gallina, el teléfono suena, Aurora se sobresalta, hace días que no sonaba.
Es Alfonso, vendrá el martes, para firmar unos papeles, no quiere hablar con
Papa, los tonos suenan al otro lado, Aurora le dice te quiero.
La noche lo cubre todo, Aurelio y Aurora
sentados en la sala, la chimenea apagada, él ya no tiene fuerzas para ir a
cortar leña, la tele desenchufada. Aurelio sigue hablando, Aurora no puede
dejar de pensar en sus hijos, en como lleva meses sin ver a Alfonso, recuerda a
sus nietos, ya deben de estar enormes. Piensa en el momento en que Alfonso les
dijo que se fueran del pueblo, el momento en que estuvieron a punto de venderlo
todo para irse a vivir a una pequeña casita a las afueras de la ciudad, Aurelio
se negó, no podía soportar la idea de abandonar su casa, sus campos, sus
animales y Aurora como siempre aguanto fiel, la negación de Aurelio provocó el
enfado de Alfonso hacia años que no hablaba con su padre y cuando lo hacía
no mostraba el menor cariño. A
ella no le hubiera importado marcharse con su hijo y sus nietos, porque para
ella el pueblo no era algo físico, ella quería estar con los suyos y según se
fueron marchando, el pueblo se fue con ellos. Ahora ya solo quedan los dos, no
hay partidas en el bar, no hay niños que jueguen en las calles, por no haber ya
no hay ni misa los domingos… pero Aurora no puede decir que este triste, la
vida con el viejo que se sienta a su lado es más que suficiente, aunque en
ocasiones le gustaría volver a oír risas, carreras por los pasillos y grandes
discusiones acerca de a quién le toca poner la mesa.
Aurelio se levanta para irse a dormir, se
encuentra cansado, cada vez se acuesta antes pero no puede dormir, se pasa las
noches en vela, dando vueltas a la cama y cuando por fin duerme los haces de
luz vuelven entrar por la ventana. Aurora le sigue, suben lentamente las
escaleras. Ambos se ponen sus ropas de dormir, no llegan a desnudarse del todo,
hace años que no ven el cuerpo del otro, hace años que no hacen el amor, pero
no les hace falta, su amor ya no esta basado en el contacto brutal de las
noches de pasión, su amor esta hecho de pequeños roces de pies en la oscuridad de
la noche, de besos en los parpados, de miradas furtivas sin que el otro se de
cuenta, su amor esta hecho de rutina y cariño.
La noche pasa lenta para Aurelio, escucha
los gruñidos de la casa, los golpes de la contraventana que quedo abierta en la
cocina, las respiraciones de Aurora, lo oye todo y quisiera no oír nada, porque
ya no duerme como antes, cuando era joven daba igual la cama o el suelo el dormía
placidamente ocho, diez, doce horas, ahora daría lo que fuera por dormir más de
dos.
El día llega, Aurelio se despierta, más
dolorido que el día anterior pero mucho menos que el siguiente, empieza de
nuevo el ritual de movimientos, pero hoy no es un día normal, hoy nadie mira a
Aurelio, nadie recuerda el pasado, nadie respira a su lado.