HACES DE LUZ (1ª Parte)
Haces de luz entraban en la oscura
habitación, los muebles de madera comenzaban a iluminarse y los grandes
bodegones que cubrían las paredes se clareaban poco a poco.
En la cama Aurelio se desperezaba, los
viejos dedos frotaban sus ojos cubiertos por legañas, Aurora no lo perdía de vista, soportaba inmóvil
los bruscos ademanes de Aurelio y tan solo observaba. Miraba aquella nuca que
le había acompañado los últimos sesenta años de su vida, ¡sesenta años! Se habían
conocido siendo ella una niña y ahora mírenla, una anciana a la que le costaba
bajar a la cocina de la vieja casona.
Aurora recordaba aún cuando conoció a
Aurelio, tenía dieciséis años y era el chico más guapo del pueblo, el pelo
rubio, ahora canoso, y unos ojos claros que volvían locas a todas las
chiquillas, esos ojos, ahora cubiertos de legañas y con principio de cataratas
que aún la estremecían. Y es que Aurora amaba a Aurelio, le amaba desde la
primera vez que le vio y siempre supo que él sería el hombre con el que se
casaría y con el que tendría su camada.
Aurora era una mujer bella a su manera,
menuda, morena, con unos ojos pequeños y oscuros que denotaban su curiosidad
acerca del mundo. En un principio Aurelio no sabía de su existencia, era una
niña siete años menor, pero poco a poco, aquella niña se las apaño para
adueñarse del corazón del joven galán.
En aquellos años el pueblo estaba lleno
de vida, una pequeña carretera les unía con la capital y las granjas y tierras
de cultivo disponían de gran cantidad de trabajadores. Nunca fue un pueblo
grande, pero se respiraba vida, los mozos y mozas de otros pueblos iban a las
verbenas y los días de mercado costaba caminar por la Calle Mayor. Poco a poco
el pueblo, al igual que los lugareños fue envejeciendo, los hijos de los mozos
y mozas que antes bailaban marcharon a la capital y los jóvenes se convirtieron
en viejos y los viejos en lapidas de cementerio. Ya solo quedaban Aurelio y
Aurora, sus hijos se habían marchado años atrás, y tan solo ellos daban vida al
pueblo, tan solo ellos caminaban por sus calles, tan solo ellos respiraban su
aire puro, el pueblo se convirtió en su casa y ellos en sus propietarios.
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