lunes, 26 de noviembre de 2012

FANTASMAS QUE PASEAN ENTRE LAPIDAS Y LLANTOS (Segunda Parte)



La segunda parte de la historia que comenzamos la semana pasada, espero os siga gustando. Muchísimas gracias por las palabras de apoyo y por todo el cariño que siempre me mostráis. Si queréis comentar algo ya sabéis como.







FANTASMAS QUE PASEAN ENTRE LAPIDAS Y  LLANTOS

Tras coger un taxi llega al cementerio, es la primera vez que pisa uno desde la muerte de su hermano, aún recuerda a toda su familia destrozada ante el duro golpe. Su hermano seis años menor había acabado su vida empotrado contra un árbol.

Con solo cerrar los ojos vuelve a ver a su madre, sin poder mantenerse en pie, sujetada por sus hermanas, mientras Luis intentaba mantenerse fuerte, era el último hombre de su familia y no podían verlo llorar.

Hoy todo es distinto, el cúmulo de sentimientos le abofeteó la cara nada más pasar la puertas del camposanto, los ojos se le inundan y le hacen difícil encontrar la procesión que acompaña el féretro de Silvia.

Mientras se limpia las lagrimas, logra verlos, sus antiguos amigos, ahí están, separados de la comitiva, lejos de los familiares.

 Joaquín ha cambiado y mucho, ya no queda nada del cuerpo que volvía locas a todas, la futura promesa del fútbol español, como se hacía llamar, se ha convertido en un hombre gordo y dejado, un gran bigote le cubre la cara y a su lado una mujer enjuta, de ojos diminutos y orejas y nariz desproporcionadas. Por su parte Mario, ha perdido la larga melena de heavy de la que siempre presumía, sus camisetas de Metallica han dado paso a un traje oscuro perfectamente amoldado a su cuerpo, de la mano una rubia, guapa pero sin nada que la caracterice.

 Luisa, como siempre loca por destacar, un vestido negro ceñidísimo que se amolda perfectamente a esas curvas que los volvieron locos, ya no es la jovencita sevillana que con solo una mirada conseguía enloquecer a todos los chicos del bar, pero aún conserva ese look de Femme Fatale que tanto le gustaba. Y Carlota siempre tan anodina, esa aprendiz de bibliotecaria que los observaba a todos en silencio y solo abría la boca para darles los mejores consejos que se pudieran imaginar, que habría sido de su vida si, por una vez, hubiera hecho caso a la niña de las gafas enormes en lugar de haberse guiado por sus instintos.

Los abrazos y besos se suceden, las lagrimas se mezclan y todos comentan la necesidad de verse más a menudo.

-                     ¡Tenemos que vernos al menos una vez al año! - comenta Joaquín intentando recuperar el liderazgo que perdió hace 30 años.
-                     Es triste que llevemos tantísimo sin vernos- dice Luisa sin dejar de mirar a Mario, los ojos verdes clavándose en el viejo rockero.


Luis no habla, se mantiene inmóvil mientras el resto habla de la tristeza de la enfermedad y lo mala que es la vida. Luis se mantiene apartado, asiente cuando debe y niega de vez en cuando pero esta muy lejos de esa conversación que nada le interesa.

De repente un fantasma aparece entre las lapidas, de la nada Silvia emerge y poco a poco se acerca a ellos. Sus andares encorsetados en un vestido liso negro, su pelo negro recogido, sus ojos oscuros, sus largas piernas se intuyen en los pliegues que se forman al andar.

- ¿Eres Luis no?- pregunta el fantasma.

- Si- Tartamudea, ya que nunca ha hablado con un muerto.

- Soy Anya, la hija de Silvia, te he reconocido por las fotos, no has cambiado nada.

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