Tras el día de los Santos volvemos a la normalidad, bueno toda la normalidad que se puede tener un viernes, ya estamos todos ansiosos con la llegada del fin de semana y con los planes que vamos a hacer.
Hoy 2 de noviembre además es el cumpleaños de mi sobrinin, el mayor de todos 21 añazos que cumple... le iba a escribir algo y publicarlo pero he decidido escribirlo y mandarselo por correo ya que es una cuestión personal que solo nos importa a nosotros... así que Dieguete a lo largo del fin de semana recibirás un mail...
Además este domingo mis padres cumplen 49 años de casados, así que muchísimas felicidades por todo este record... bueno que me enrollo y no hablo del texto que voy a publicar, he de decir que me lo he encontrado por casualidad mientras hacia limpieza del escritorio, esta escrito en Madrid hace 3 o 4 años pero la acción transcurre en Salamanca, de la época que vivía cerca del Barrio Chino, habla de la necesidad de hablar, de la vejez y de la soledad.
Espero lo disfrutéis.
BANCOS EN EL
PARQUE
La mujer caminaba,
el taconeo de sus zapatos se oía por toda la barriada, ya no era tan bella como
a los veinte, ni tan interesante como a los cuarenta pero a sus cincuenta y
tantos aún había hombres que venían a verla.
El paseaba asustadizo, como la
primera vez que fue, sus ojos arrugados se fijaron de nuevo en ella, siempre
era ella, se conocían desde hacia más de treinta años y siempre le empezaba a
hablar acobardado.
Ponen un precio, él paga obediente, ella guarda los billetes en una vieja cartera, él no quiere subir
aún, prefiere sentarse en el banco del parque, ella lo acompaña. Allí el viejo
comienza a hablar, de sus nietos, de sus hijos, de su difunta. Recuerda el día
que nació el primero, cuánto lloró Almudena, incluso le enseña algunas fotos,
el color sepia lo recorre todo. La vieja Magdalena, escucha atenta, su mano
recorre la fina pierna de Ernesto y su mirada se clava en esos ojos llenos de
cataratas.
Él sigue hablando, no para de
hablar de todo y de nada, ella como desde hace años solo escucha, asiente y
sonrie, se entristece cuando tiene que hacerlo y suelta una risotada cuando él
también lo hace. Hoy no subirán a la habitación, a decir verdad nunca han
subido, él ya esta vacío, ya no tiene nada que expulsar.
Se dan dos suaves besos en las
mejillas y se despiden, ella vuelve a su esquina y él prosigue su torpe caminar
por las viejas calles de la ciudad.
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